Cómo el giro lingüístico condujo a la elección de Trump

Estudiar literatura comparada es una lucha constante contra la inacción, que resulta en una búsqueda incesante de propósito. En un mundo obsesionado con la idea del progreso linear, que se tiene que preservar a través de una producción acelerada, encerrarse en una universidad a dialogar sobre conceptos abstractos hace que uno se sienta todavía más distanciado de la Tierra de lo que ya lo está la mayoría en países desarrollados. Nos sentimos impotentes y alienados no sólo de la naturaleza, sino también del sistema económico que nos permite comprar comida en el supermercado, mandar cartas o usar el transporte público.

Sin embargo, ahora mismo nos encontramos en un momento en el que la retórica ha cobrado una hegemonía sobre la ciencia que resulta pasmosa. Nadie entiende cómo la gente tolera los “hechos alternativos” que la administración de Trump ha decidido presentar a la población general. Todo, incluido el cambio climático, se discute y se politiza (es decir, pasa de un hecho científico a un asunto político cuestionable). A pesar del espíritu científico y la racionalidad de los que tanto nos enorgullecemos en el mundo occidental, descubrimientos o análisis que parecen objetivos no pasan de ser, para mucha gente, opiniones. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

El primer paso es reconocer las connotaciones del lenguaje que utilizan el nuevo presidente y su círculo. Cuando Trump habla de forma simple y directa — de un tweet sobre su hija Ivanka: “Es una persona genial – siempre animándome a hacer lo correcto!”– da la sensación de estar hablando de cosas concretas, de nuestro día a día, porque ése es el tipo de lenguaje que utilizamos para lo cotidiano. Si habla sin artificios ni pretensiones, entonces debe estar llamando a las cosas lo que son, diciendo la verdad. Sus expresiones identifican a Trump con la clase trabajadora, ocupada en cosas concretas, en vez de los se pasan el día meditando sobre la existencia humana mientras otros se parten la espalda descargando cajas de verduras.

Tradicionalmente, la utilización de un lenguaje opuesto al de Trump, con abundancia de metasignificado – es decir, consciente su propia artificialidad –, se ha asociado a las élites burguesas educadas. A pesar de que el uso de ese lenguaje abstracto ha servido para separar a la clase media y alta del resto, sin embargo, es realmente el pensar que lo que leemos o decimos corresponde directamente con la realidad lo que nos ata a las expectativas sobre el camino de cada uno debe seguir que circulan en todas las culturas. El considerar valores como la domesticidad de las mujeres una verdad absoluta, por ejemplo, les continúa impidiendo a muchas llevar una vida independiente. Incluso cuando somos capaces de cuestionarnos los ideales sociales en los que hemos sido educados, es muy difícil no sentir vergüenza o humillación cuando nos desviamos el camino que se espera de nosotros. En consecuencia, la libertad personal sólo puede llegar al tomar conciencia de que el lenguaje no tiene una relación directa con lo que nos rodea, sino que esa relación es puramente casual y construida. Para ello necesitamos desarrollar una conciencia lingüística profunda, y ser capaces de apreciar el lenguaje abstracto de los círculos académicos como algo que nos puede conducir a una sociedad más amable, en vez de resultarnos ajeno a la realidad del día a día.

Ahora bien, Estados Unidos es un país enorme en el que mucha gente no ha tenido acceso a una educación universitaria, y donde muchos de quienes la han tenido han debido enfocarse, debido a presión económica o familiar, en adquirir conocimientos solamente aplicables a una profesión concreta. La discusión en torno al lenguaje del racismo o el feminismo, en ese sentido, ha venido en gran parte de un sector demográfico liberal y educado, que se ha esforzado en promover una actitud crítica hacia las expresiones que se utilizan para hablar de personas oprimidas. La conciencia de que el lenguaje cotidiano no tiene porqué equivaler a la realidad va seguida por un proceso de disolución, en el que el significado de las cosas pasa de ser estático a estar en movimiento, construyéndose y de-construyéndose permanentemente. Con él surge una duda fundamental sobre los valores a los que debemos obedecer, y sobre cómo interpretar la realidad.

Conjeturo que Trump ha tenido tanto éxito porque se enfoca en legitimar las emociones que despiertan nociones estereotipadas sobre cómo debe ser la vida, en vez de racionalizarlas y explorar la violencia a la que conducen. Los sentimientos de seguridad asociados a la existencia de un camino fijo a seguir eliminan la incertidumbre con la que se vive en una sociedad con varios sistemas morales y culturales en vez de uno solo. Sin embargo, cualquier explicación analítica que ponga esa seguridad en cuestión se puede desbancar utilizando precisamente el argumento lingüístico de que todo concepto es una construcción lingüística – una actitud que desacredita la razón y apoya la idea de que uno debe actuar en base a lo que siente, no a lo que piensa.

Entre todo lo que he leído sobre votantes de Trump, me ha sorprendido sobre todo la tendencia a ver América como una persona en vez de un país, ignorando su multiplicidad y convirtiéndola en una entidad única, con una sola historia y una moral independiente que actúa por su cuenta. Esa actitud es una conclusión lógica de una forma de pensar que defiende una manera de vivir absoluta y predeterminada. Lo curioso es que mientras los «Trumpistas» defienden la idea de EE.UU como un país con una historia única e indivisible («Make America Great Again» habla de una América que es «great,» un adjetivo simplista y reductor), utilizan, para que les oigan, el argumento de que para vivir en una sociedad democrática todas las voces (las suyas incluidas) se deben de considerar iguales.

Así, la nueva conciencia lingüística de la sociedad, que surge del trabajo de intelectuales liberales, y el argumento progresista de que en una sociedad democrática todos los grupos de deben considerar iguales, incluídos los minoritarios, se han convertido en las ideas que, combinadas con el apego a la realidad estática de antes, están permitiendo a la extrema derecha estadounidense hacer avances sin precedentes.

El ex-ministro de seguridad estadounidense, quien abdicó tras descubrirse sus conversaciones secretas con el embajador ruso en EEUU, Michael Flynn, publicaba en twitter: “El miedo a los musulmanes es RACIONAL.” Al fin y al cabo, ¿Cómo se define la racionalidad? Trump, Bannon (estratega jefe, ejecutivo de la plataforma de noticias de ultraderecha Breitbart News, que ahora dirige el consejo nacional de seguridad), Sean Spicer (el secretario de prensa de la Casa Blanca) , y Kellyanne Conway (consejera y mánager de la campaña política de Trump), desafían constantemente a la prensa llamando a toda noticia desfavorable FAKE NEWS / NOTICIAS FALSAS (así, en mayúsculas, se puede encontrar la expresión en sus twitters, así como en artículos de periódicos de la derecha). Entre miles de artículos de Breitbart que defienden a Trump sin pretensiones de neutralidad–“Mega agencia de Hollywood formando un PAC contra Trump”, “El índice de aprobación de Trump sube al 52%…Politico relega las noticias al final del artículo” son dos ejemplos–hay un estudio, el único entre noticias políticas y económicas, que dice “Para conseguir felicidad duradera, aguanta en tu matrimonio.” Con esto quiero decir que la retórica de Trump y su equipo, así como la deconstrucción lingüística que utilizan para desbancar los argumentos de la oposición, no serían nada sin la promesa de regresión a un orden social tradicional en el que el lugar de cada uno está bien delineado.

Independientemente de la importancia que tengan las políticas de identidad en una presidencia, distintas medidas liberales sólo pueden ser llevadas a cabo con éxito si las acompaña un ánimo de progreso, una apreciación por la cultura y una educación holística. Esa educación incluye la adquisición de la conciencia lingüística que resulta del estudio de las humanidades. Sin esa formación, las ideas que surgen en las universidades se tergiversan y son apropiadas por otros, perdiendo su significado e impulso político originales.

Cuando una crisis de significado y la manipulación del lenguaje han conseguido poner en una de las posiciones con más poder del mundo a un hombre sin experiencia política y con una historia extensa de negocios fallidos, deudas y abusos – y quien, a pesar de todo su discurso anti-elitista, ha nombrado a ejecutivos de empresas petrolíferas, bancos, etc, para puestos públicos que les garantizarán enriquecerse todavía más –, los estudiantes de literatura encontramos el propósito que habíamos estado buscando. Puede que los conceptos que estudiamos sean abstractos, pero, si llevados a la realidad, tienen la capacidad de volverse dolorosamente concretos.