Susceptible y subliminal mente

La irracionalidad de nuestras motivaciones

Texto: Alejandro Rujano
Ilustración: Ana Shadows (@anashadows)

«Hay buenas razones para dudar del análisis que viene a continuación. Yo mismo lo haría si no fuera su autor».

Erving Goffman, Marcos de la experiencia.

Domingo, 1 de julio.

Mi platónico tenía una pregunta. «¡Alejandro! ¿Te gustó El club Dumas?». Va de un cazador de libros raros inmerso en una aventura por la búsqueda de una obra, Las nueve puertas del reino de las sombras, que permite invocar al diablo. Un coleccionista que le informa de que existen dos o tres copias del manuscrito —de las cuales no se sabe cuál es la verdadera—, una mujer desconocida que decide acompañarlo como su guardaespaldas, una viuda millonaria malvada… No revelaré el final, ni más de su contenido. Simplemente, me fascinó esta novela de misterio.

Mi platónico, sin embargo, tenía otra opinión: «No recuerdo con mucha precisión el final, pero recuerdo que me decepcionó, porque el libro creaba grandes expectativas». Esas fueron sus palabras. Sí, así es, fue una lástima que no coincidiéramos, pero mi juicio ya estaba establecido. O eso fue, al menos, lo que creí… Verás, después de aquella charla intenté releer la novela y me ocurrió algo interesante. Esta vez, no me gustó el final, el mismo final que anteriormente había sido mi parte favorita.

Lo que sucedió aquel día es un recordatorio de una parte inherente de la naturaleza humana. Apenas un ejemplo de las miles de maneras en que, por medio de diversos procesos —que en psicología se conocen como «sesgos cognitivos»—, nos engañamos a nosotros mismos. Sin darnos cuenta, eludimos, distorsionamos, descartamos, malinterpretamos e incluso fabricamos evidencias con tal de mantener esa falsa autoimagen según la cual todos nuestros juicios son enteramente objetivos y nada ni nadie puede influir en ellos.

Ojalá fuese cierto.

Fijémonos en el efecto aureola. Todos nos hemos tropezado con él alguna vez, aunque no supiéramos cómo se llamaba. El nombre lo acuñó en 1920 el psicólogo norteamericano Edward Thorndike, quien descubrió que las personas cometían varios errores al evaluar las cualidades de otras. En concreto, se dio cuenta de que las puntuaciones a los empleados de dos empresas mostraban cierta tendencia a basarse en un rasgo positivo o negativo, formando una impresión general a partir de esa única cualidad.1 Hoy, el efecto se ha estudiado mejor en relación con nuestra propensión a atribuir cualidades positivas a las personas que nos parecen atractivas. Si un alguien nos resulta apuesto, creemos que es más inteligente que el promedio o que posee varios de los atributos —si no todos— que buscamos en una persona.2 Le prestamos tanta atención que descubrimos antes sus características distintivas.3 Tres investigadores de la Universidad de Jena, Alemania, pidieron a varios estudiantes que observaran 20 rostros masculinos y 20 rostros femeninos, cada uno mirando fijamente en seis ángulos distintos, y que indicaran con cuáles percibían tener un mayor contacto visual. Cuando el rostro era de una chica o un chico que el participante encontraba más atractivo, tenía la impresión de que lo miraba más directamente que el resto (un dato para tener en cuenta la próxima vez que creas que la persona bonita de la cuadra se fijó en ti).4

Pero no hace falta que alguien nos parezca atractivo para que nuble nuestra percepción. Eso también pueden hacerlo las emociones. Si te preguntara qué conjunto de formas se asemeja más a los tres cuadrados de la figura 1 y estuvieras de buen humor, o simplemente en un estado neutral, probablemente me dirías que el conjunto de los tres triángulos (¿te he leído la mente?).5 No obstante, si estuvieras triste o desanimado, tu opción se inclinaría más hacia los cuatro cuadrados. Incluso nuestra percepción táctil se ve afectada cuando estamos asustados, porque en ese estado se reduce nuestra sensibilidad al dolor.6

Consideremos una serie de experimentos muy recientes en los que varios estudiantes fueron puestos a prueba en tres tareas diferentes. En la primera, debían decidir entre una serie de puntos cuáles eran morados y cuáles azules. A medida que pasaba el tiempo, la cantidad de puntos azules que aparecían en la pantalla iban disminuyendo. Resultó que, conforme aminoraban, los participantes percibían como azules varios puntos que anteriormente habían marcado como morados. Los investigadores, entonces, repitieron este experimento contándoles a los estudiantes lo que les había sucedido, e incluso les prometieron un incentivo monetario para que evitaran cometer errores. A pesar de ello, en esta segunda tarea los participantes seguían sufriendo el problema de la demarcación (lo que antes había sido morado, ahora se convertía en azul). Aun cuando pasaban de marcar puntos a evaluar la permisibilidad ética de varias propuestas científicas como estudios con animales, si disminuía la cantidad de propuestas antiéticas, los participantes encontraban amorales varias propuestas que previamente les habían parecido neutrales. Y lo mismo ocurría en la tercera tarea si evaluaban el nivel de amenaza que percibían en varios rostros generados por computadora.7

Quizá creas que a ti no te ocurriría nada de esto. Sí. Eso es lo que todos creen. Dos psicólogos de Reino Unido llevaron a cabo un estudio para contrastar cómo se evalúan las personas a sí mismas y cómo evalúan a otras en cuanto a su imparcialidad. Les pidieron a los participantes que indicaran su opinión sobre el control de armas y sobre la relación del uso de combustibles fósiles con el calentamiento global. Una semana después, los reclutaron nuevamente para hacerles de nuevo las mismas preguntas. Esta vez, antes de contestar, les pidieron que leyeran sendos artículos titulados «El derecho a poseer armas» y «El mito del uso de combustibles fósiles y el calentamiento global», que —no hace falta una bola de cristal para adivinarlo— se oponían al control de armas y promovían el uso de combustibles fósiles, respectivamente. Si antes habían apoyado el control de armas y reconocido que había una relación entre los combustibles fósiles y el calentamiento global, ahora sus opiniones eran las contrarias. Pero, ¡estaban muy convencidos de que sus opiniones no habían cambiado de opinión desde la primera semana! Al puntuar a sus compañeros, ¡ay!, consideraron que el material había tenido un mayor efecto sobre los demás que sobre sí mismos.8

Es natural que la gente tienda a considerarse mejor que el promedio. Una dulce ironía. Parece inteligente si está de acuerdo contigo, pero es un completo ignorante si no; un amigo no te habla simplemente porque no está interesado en recuperar tu amistad, pero la razón por la cual tú tampoco le hablas es otra diferente; él tuvo éxito porque hizo trampa, pero tú lo tuviste porque te esforzaste de verdad.9 Los sesgos no se limitan solo a cegarnos frente a una cara bonita, a hacernos creer que el azul es morado o a nutrir nuestro ego. También nos conducen a crear asociaciones implícitas de las que no solemos ser del todo conscientes. Para conocerlas y medirlas, una de las herramientas más empleadas en psicología consiste en el Test de Asociación Implícita (TAI). Una prueba informatizada en la cual a los participantes se les da la tarea de emparejar una serie de palabras o imágenes.10 El tiempo que tardan en asociar los conceptos o las figuras, medido en milisegundos, indica la fuerza con que tales conceptos están asociados en nuestra mente. A las personas —sean conservadoras, progresistas, machistas o feministas— les resulta siempre más fácil emparejar vocablos como gay con debilidad, hombre con fortaleza, chica con empatía y natural con saludable. No obstante, el hecho de que asociemos cocina más rápido con mujer que con hombre no se traduce necesariamente en que seamos inconscientemente machistas. Simplemente demuestra lo que hemos aprendido en nuestro andar por la sociedad, estemos o no de acuerdo con ello.

Estas asociaciones implícitas revelan varios secretos de nuestra sociedad, como los estereotipos que existen en ella. Éstos sí que pueden influir en nuestra toma de decisiones, algo de lo que no nos percatamos con frecuencia. Por ello, si eres alguien que, como yo, defiende la igualdad social, es posible que no te lleves muy bien contigo mismo. Los investigadores Tyler Okimoto y Victoria Brescoll, de la Universidad de Yale, idearon una prueba en la que pidieron a varios estudiantes que evaluaran las características de dos políticos, Pablo y Ana Espinoza, tras leer la siguiente descripción:

El Oregon Sun Sentinel la caracterizó como «una de las más ambiciosas políticas de Oregón (…) alguien que siempre había tenido un fuerte deseo de gobernar». Y citándola: «La ambición lo es todo (…) es la clave para ganar influencia en la política».

A pesar de que las características de ambos candidatos eran exactamente iguales, los estudiantes tendían a dar evaluaciones más negativas a las cualidades ambiciosas de Ana que a las de Pablo.11

Numerosos estudios han descubierto una relación entre los estereotipos y nuestras actitudes subconscientes al evaluar a otras personas.12 Cuando un empleo está normalmente ocupado por hombres, se suele considerar que un hombre (heterosexual) es más apto para el trabajo que sus colegas femeninas, y viceversa.13 (Por cierto, si eres un hombre y muestras escepticismo ante la validez de estos estudios, los psicólogos ya lo han previsto. En un estudio demostraron que, cuando se trata de opinar sobre la calidad científica de las investigaciones sobre los sesgos de género, son ellos quienes tienden a dar puntuaciones más negativas).14

Si algo hemos aprendido de las primeras lecciones sobre los sesgos es que, la mayoría de las veces, las personas no saben que están sesgadas (hay una razón por la cual se denominan «implícitos»). Los sesgos cognitivos constituyen el primer punto débil de nuestra mente. Se aprovechan de su susceptibilidad y nublan su objetividad. Otro punto débil lo estimulan los «cebos cognitivos», trampas subliminales que alteran sutilmente su comportamiento. Los sesgos y los cebos operan por medio de diversos procesos subconscientes. Una variante del Test de Asociación Implícita —realizado con estudiantes universitarios por cuatro investigadores alemanes—, ilustra el funcionamiento de los cebos. La tarea que tenían los participantes era la de señalar de entre un par de palabras cuál era un nombre verdadero. Cuando los individuos del experimento eran expuestos ante su propio nombre (el cebo) antes de que el par de palabras aparecieran en la pantalla, identificaban más rápidamente el nombre que cuando eran previamente expuestos al nombre de un compañero. Como escribieron los autores en el título de su artículo, parece que «tu inconsciente sabe cómo te llamas».15

El cebado cognitivo consiste en exponer a una persona ante una serie de estímulos que afectan, ulteriormente, a su comportamiento. Los estímulos pueden ser visuales o conceptuales. 16 En un caso, se reclutó a varios adultos jóvenes para que realizaran una entrevista de trabajo a algunas mujeres. Los participantes se dividieron en dos grupos. El primero no recibió ningún estímulo previo, pasó directamente a entrevistar a las aspirantes. Al segundo se le mostró una serie de fotografías de modelos antes de realizar la entrevista. En consecuencia, los miembros del segundo grupo habían coqueteado más con las aspirantes que los del primero (les hacían más cumplidos y también se acercaban más a ellas para hacerles las preguntas), y recordaban mejor sus atributos físicos que los datos de sus currículos. En otro caso, a dos grupos de estudiantes universitarios se les dio la tarea de evaluar la calidad de una serie de rostros generados por computadora. Un grupo vio únicamente rostros caucásicos; el otro vio, además, rostros afroamericanos. Luego, creyendo que el estudio había terminado, les invitaron a jugar una partida de ajedrez con un compañero. Los investigadores continuaron observándolos y se dieron cuenta de que el grupo que había visto rostros afroamericanos se comportaba de manera más competitiva e incluso agresiva durante el juego.

Llegados a este punto, espero que estés de acuerdo conmigo en que tenemos buenas razones para desconfiar de nuestras propias opiniones. Tal como lo expresa la psicóloga británica Cordelia Fine, «(…) el cerebro en el que confiamos tan implícitamente para que haga lo correcto por nosotros tiene una mente propia. Como un androide que manipula información, nos deja mirando una mera fachada de la realidad. Su vanidad nos protege de las verdades desagradables acerca de nosotros mismos».

Las emociones añaden un barniz engañoso propio, colorean y confunden nuestras opiniones discretamente afectando nuestro comportamiento. La irracionalidad nubla nuestro juicio, dejándonos vulnerables a los errores y las ilusiones. Nuestro sigiloso inconsciente se deleita con un puñado de cuerdas para tirar, ocultándonos muchas de las verdaderas influencias en nuestros pensamientos y andanzas. Nuestro albedrío, sensible y caprichoso, débilmente sucumbe ante los impulsos y las distracciones. Y, sin importar nuestras buenas intenciones, el uso innoble de los estereotipos por parte del cerebro desenfoca nuestra percepción de los otros llevándonos a nada menos que el inevitable fanatismo.17

Por fortuna, no estamos condenados a ser irremediablemente esclavos de nuestros sesgos.18 Una gota de esperanza nace del hecho de que solo por haber leído este ensayo habrás aminorado un poco su efecto en ti. Si recuerdas lo dicho sobre la influencia del estado emocional en nuestra toma de decisiones, te interesará saber que, cuando los participantes estaban enterados, los efectos de las emociones en su juicio se desvanecían casi por completo.

En el campo de la psicología política, se ha descubierto que la razón por la cual somos testarudos con nuestras posturas ideológicas es simplemente una «ilusión de comprensión». Un grupo de investigadores solicitó a varios estudiantes que indicaran sus opiniones sobre varias propuestas políticas y expusieran cuánto creían saber sobre ellas. Luego, les pidieron que proporcionaran explicaciones detalladas sobre cómo funcionaban dichas propuestas y, más tarde, que explicaran nuevamente su propia comprensión sobre ellas. Tras explicarse, los participantes se dieron cuenta de que, en realidad, no entendían cómo funcionaban las propuestas, y estuvieron, por ende, más dispuestos a cambiar de opinión que cuando simplemente les pedían que enumeraran sus razones.19 ¿Quién no ha estado antes allí?

Caminaba alegre un ciempiés
cuando un sapito bromista le preguntó:
«Dime, ¿cuál pie pones primero
y cuál pones después al caminar?».

Asaltado por la duda,
«¿cómo hago yo para caminar?»,
se le trabaron todos los pies
y a un hueco vino a parar.

Jamás des por hecho que eres tú quien tiene la razón. Cuando alguien dé una opinión que parece oponerse a la tuya, no la descartes. Rodearse de personas que no comparten nuestras ideologías es una buena estrategia para evitar el sesgo de confirmación —esa odiosa tendencia a darle la espalda a todo lo que nos contradice— y aceptar, en su lugar, todo lo que refuerza nuestros propios prejuicios. Poner a prueba nuestras convicciones más profundas debatiendo con otras personas, contrastando puntos de vista, es algo que no debemos despreciar.

¿Qué hay de los sesgos que se salen de nuestras manos? ¿Estamos destinados a ser meras marionetas de nuestro subconsciente? Aunque ciertamente algunos procesos subconscientes escapan de nuestro control, no siempre tiene que ser el caso. Pero, aun así, hay que estar preparados. Si tienes que evaluar el trabajo de una persona, es mejor que juzgues su obra sin saber a quién pertenece. Es una estrategia que han adoptado las orquestas estadounidenses desde los años setenta. Las audiciones a ciegas han permitido que más mujeres ingresen en las academias de música.20 Asimismo, quitar el nombre de los artículos científicos y ponerlo solo después de que estos han sido aceptados para su publicación, ha mejorado la representación de las mujeres en el mundo de la ciencia.21

En suma, no hay caminos fáciles. Ni siquiera los expertos, los científicos en quienes tanto confiamos para brindarnos información veraz sobre la realidad, pueden salvarse enteramente de los sesgos.22 Este es el mensaje principal al que quiero llegar: «Piénsalo dos veces antes de decidir confiar en tu intuición en vez de en el análisis racional, especialmente, en asuntos importantes».23 No es cuestión de estupidez, arrogancia, ignorancia o falta de concentración. Los sesgos nos afectan a todos. A unas personas más que a otras, sin duda, pero solo porque algunas ya tienen bastante práctica lidiando contra ellos. La próxima vez, acaso quieras tener todo esto en consideración antes de llegar inmediatamente a una conclusión. Y, si se trata de pedir la opinión de tu platónico sobre una obra literaria, una película o lo que sea, lo mejor será que se la pidas antes de abordar la obra. Así, sabrás de antemano si te gustará o no, y no tendrás que enfrentarte a la incómoda sensación de haber tenido una opinión que fue alterada por la suya. De los demás sesgos se escapa; del efecto aureola…, parece que no.

Notas y referencias

1 Edward Thorndike, «A constant error on psychological rating», en Journal of Applied Psychology, IV (1920), pp. 25-29.
2 Edward Lemay, Margaret Clark y Aaron Greenberg, «What is beautiful is good because what is beautiful is desired: Physical attractiveness stereotyping as projection of interpersonal goals», en Personality and Social Psychology Bulletin, 36 (2010), pp. 339-353; Sean Talamas, Kenneth Mavor y David Perrett, «Blinded by beauty: Attractiveness bias and accurate perceptions of academic performance», en PLoS ONE, 11 (2016), e0148284.
3 Genevieve Lorenzo, Jeremy Biesanz y Lauren Human, «What is beautiful is good and more accurately understood: Physical attractiveness and accuracy in first impressions of personality», en Psychological Science, 21 (2010), pp. 1777-1782.
4 Nadine Kloth, Caroline Altmann y Stefan Schweinberger, «Facial attractiveness biases the perception of eye contact», en The Quarterly Journal of Experimental Psychology 64 (2011), pp. 1906-1918.
5 Jonathan Zadra y Gerald Clore, «Perception and emotion: The role of affective information», en Wiley Interdisciplinary Reviews: Cognitive Science 2 (2011), pp. 676-685.
6 Nicholas Kelley y Brandon Schmeichel, «The effects of negative emotions on sensory perception: fear but not anger decreases tactil sensitivity», en Frontiers in Psychology 5 (2014): 942.
7 David Levari et al., «Prevalence-induced concept change in human judgment», en Science 360 (2018), p. 1465-1467.
8 Karen Douglas y Robbie Sutton, «Right about others, wrong about ourselves? Actual and perceived self-others differences in resistance to persuasion», en British Journal of Social Psychology 43 (2004), pp. 585-603.
9 Emily Pronin, «How we see ourselves and how we see others», en Science 320 (2008), pp. 1177-1880.
10 Si quieres probar uno de estos test: <https://implicit.harvard.edu/implicit/mexico/> .
11 Tyler Okimoto y Victoria Brescoll, «The price of power: power seeking and backlash against female politicians», en Personality and Social Psychology Bulletin 36 (2010), pp. 923-936. Aunque la descripción era la misma para ambos personajes y solo cambiaban los pronombres, adapté solo una versión femenina debido a la naturaleza del español, en contraste con el inglés, a exigir la concordancia de género (en el texto original se lee «a politician that has always had a strong will to power»).
12 Carol Isaac, Barbara Lee y Molly Carnes, «Interventions that affect gender bias in hiring: a systematic review», en Academic Medicine 84 (2009), pp. 1440-1446; Devah Pagery y Diana Karafin, «Bayesian bigot? Statistical discrimination, stereotypes, and employer decision making», en ANNALS of the American Academy of Political and Social Science 621 (2009), pp. 70-93; Cordelia Fine, «Explaining, or sustaining, status quo? The potentially self-fulfilling effects of ‘hardwire’ accounts of sex differences», en Neuroethics 5 (2012), pp. 285-294.
13 Amanda Koch y Susan D’Mello, «A meta-analysis of gender stereotypes and bias in experimental simulations of employment decision making», en Journal of Applied Psychology 100 (2015), pp. 128-161.
14 Ian Handley et al., «Quality of evidence revealing subtle gender bias in science is in the eye of the beholder», en PNAS 112 (2015), pp. 13201-13206.
15 Roland Pfister et al., «Your unconscious knows your name», en PLoS ONE 7 (2012): e32402.
16 Los siguientes dos ejemplos los he tomado de Cordelia Fine, A Mind of Its Own: How Your Brain Distorts and Deceives, W. W. Norton & Company, 2006.
17 Cordelia Fine, A Mind of Its Own, pp. 201-202.
18 Colin Bradley, «Can we avoid bias?», en Education and Debate 330 (2005), p. 784; Helena Matute et al., «Illusions of causality: How they bias our everyday thinking and how they could be reduced», en Frontiers in Psychology 6 (2015): 888; Michael Glick, «Believing is seeing: Confirmation bias», en Journal of American Dental Association 148 (2017), pp. 131-132.
19 Philip Fernbach et al., «Political extremism is supported by an illusion of understanding», en Psychological Science, 24 (2013), pp. 939-946.
20 «What the world’s best orchestras can teach us about gender discrimination», Science in Balance, blog, 13 de octubre de 2013, en línea: <http://curt-rice.com/2013/10/01/what-the-worlds-best-orchestras-can-teach-us-about-gender-discrimination>.
21 Amber Budden et al., «Double-blind review favours increased representation of female authors», en Trends in Ecology & Evolution, 23 (2008), pp. 4-6.
22 Vale poner una nota de advertencia, para evitar malos entendidos. Aunque, efectivamente, incluso los científicos pueden estar sujetos a sufrir sesgos, la ciencia es imparcial. El hecho de que esta sea una empresa colectiva, por ejemplo, tiene como resultado que lo que un científico no hubiera visto por sesgos ideológicos lo vea otro por tener un juicio más imparcial, o por tener ideologías diferentes que, casualmente, coinciden mejor con la evidencia científica. La historia de la ciencia está llena de racismo, sexismo, clasismo e incluso xenofobia, pero por cada científico que abusó de la ciencia para defender sus convicciones políticas hubo muchos más que hicieron notar los errores de su razonamiento. No por mera coincidencia ha sido la ciencia uno de los pilares más importantes del progreso humano. Son precisamente sus métodos los que nos permiten abordar la realidad, y son esos mismos métodos los que nos revelan la existencia de los sesgos cognitivos, cuya investigación permite mejorar el comportamiento de los investigadores, de nosotros mismos.
24 Christopher Chabris y Daniel Simons, 2010, The Invisible Gorilla: And Other Ways Our Intuitions Deceive Us, Crown Publishers, 2010, p. 241.